martes, 30 de noviembre de 2010

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ARTICULOS SOBRE LA VEGA

LA VEGA (información general)

Una fábrica de oportunidades en La Vega

Historia del barrio San rafael en las casitas, La vega

"NATY" EL SALSERO DE LA VEGA
( fotos de Natividad Martinez )
video NATY y su orquesta
en esta pieza musical Naty demuestra su excelente talento en la Flauta, alias "el morocho de La Vega

PAISAJES Y MONUMENTOS

La India del Paraiso, La Vega


La India en la actualidad

HACIENDA LA VEGA

La Parroquia La Vega es una de las 32 parroquias que forman parte de Caracas y una de las 22 que se encuentran dentro del Municipio Libertador.

Está ubicada en el centro-oeste del Municipio Libertador. Limíta al norte con las parroquias El Paraíso, Antímano y Santa Rosalía; al sur con las parroquias Coche, Caricuao, El Valle y Antímano; al este limíta con las parroquias Coche, Santa Rosalía, El Valle y El Paraíso; al oeste limíta con las parroquias Antímano, Caricuao y El Paraíso.

Según el INE tenía una población de 142.765 habitantes para 2007 y se estima que para 2015 tendrá una población de 150.360 habitantes. La parroquia está integrada por dos sectores, La Vega y Montalbán, el primero está conformado por los barrios La Hoyada, El Carmen, La Amapola, La Veguita, La Vega, Los Naranjos, Los Cujicitos, San Miguel, El Milagro, Los Cangilones, Los Mangos, El Petróleo, Bicentenario y Las Torres; mientras que Montalbán se divide en las urbanizaciones I, II y III.

El poblado de la Vega fue en principio el asentamiento de los esclavos que labraban la tierra en la Hacienda Montalbán, creada esta por los españoles como trapiche de caña de azúcar. Luego fue fundada como Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá de la Vega el 18 de julio de 1813, el entonces pueblo se mantuvo sin mayores variaciones hasta mitad del siglo XX cuando comienzan a establecerse en las montañas trabajadores, en su mayoría obreros del interior de Venezuela e inmigrantes en su mayoría colombianos y ecuatorianos, la falta de planificación hizo que el crecimiento fuera desmedido constuyéndose viviendas en precarias condiciones conocidas como "ranchos". En la llanura al norte de la parroquia se creó una urbanización eminentemente residencial de tipo vertical llamada Montalbán.

La Vega es un sector popular o' clase baja, es más que todo de tipo residencial, el comercio es también una fuente importante en el sector. La falta de planificación ha hecho que la comunidad pase a ser un sector de más bajos recursos.

Montalbán es un sector de clase media, se divide en cuatro urbanizaciones de tipo residencial, Montalbán I, II, III y Juan Pablo II. Es uno de los sectores con mejor calidad de vida de la ciudad, es una zona más segura, existe poco comercio ya que el sector es netamente de tipo residencial.

LA CASA DE LA HACIENDA LA VEGA
IGOR MOLINA

En 1590 comenzó su historia, y por poco termina en 1992, fecha en que murió su última y brillante estrella, Mimí Guevara de Herrera Uslar. Por allí pasaron los capitanes de la conquista, Bolívar, Guzmán, Arturo Rubinstein, Rostropovich y la Princesa Margarita, amén de decenas de figuras de la nobleza internacional. Ahora intentan repetir la historia

Con la soberbia despreocupación que Carlos Fuentes le endilga a los ricos, Roberto Picón Herrera hacía brillar calmadamente su inmenso anillo de oro con el escudo de armas de su familia grabado en bajorrelieve. Forjado para marcar el emblema en lacre, refulgía bajo la luz de la tarde como una luciérnaga metálica y ambarina. A lo lejos, se oían los cristofués. Muy cerca, probando una torta de “arena” debida a su propia mano -receta de la Nana Herrera- estaba María Teresa Picón de Boulton, a la sombra de un corredor con 16 columnas -¡16!- que protege el lado norte de una inmensa casona, la casa de hacienda más largamente habitada en Venezuela, la de la hacienda La Vega. Roberto y María Teresa -nietos de la legendaria Mimí Guevara de Herrera Uslar- combaten comiendo palmeritas y bebiendo limonada el turbión de la tarde, en la grandiosa desolación de esta casa de 3.500 metros cuadrados que ya nadie habita -salvo el silencio-, con corredores techados recientemente en caña amarga -cuya búsqueda estuvo a punto de convertirse en una misión imposible-, con comedores para niños en cuyo ámbito no podían oírse antaño las voces infantiles -sólo su campanilleo para llamar a los sirvientes-.

Sus siete habitaciones -realmente, pequeñas suites con pisos de mosaico en rombos vainilla y negro, en cuyas mesas brillaban hasta hace siete años las poncheras y jarras de plata, y en cuyos esquineros de madera podían apreciarse portarretratos de porcelana con la efigie de Páez- dan hoy a un patio cuya fuente está seca. Roberto y María Teresa -junto a Cristina Vollmer de Burelli- lideran el esfuerzo magnífico y colosal de hacer volver a la vida a esta casona asentada en lo que fueran los dominios del feroz conquistador Garci González de Silva desde 1590, cuya hacienda iba desde el Guárico hasta Petare.

UNA LUZ EN LA OSCURIDAD.
Quien hoy tome el rumbo hacia el ominoso sector de La Vega -cruzando el Puente de Los Leones- y enfile por la avenida O’Higgins -esquivando huecos y basura arracimada- sólo puede hacerse una muy pálida imagen de lo que hay más allá del camino de entrada -bordeado de chaguaramos-, una vez traspuesto el arco color canela que reza: “La Vega. 1590”. Delatando el origen agrícola de la posesión, está rodeada de numerosos arcos en cuyos frontones se leen exhortaciones que suenan más a tronantes advertencias que a edificantes consejos: “Siembra y cosecharásÓ, “Sin abono no hay cosecha”, “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”. No en vano, tras los arcos se divisa el torreón del antiguo trapiche y las hoy carcomidas paredes que amparaban las bucólicas escenas de elaboración esclava del papelón, que tanto encantaban a Teresa de la Parra.

Camina uno a través de un suntuoso y estrecho camino bordeado de mangos (llamado “La manguera”, tras los cuales hay matas de yuca, toronjas y aguacates) y queda paralizado de asombro, de maravilla: hay al fondo una casona con un corredor sobre pilares y una débil luz -una sola- que brilla incandescente y mínima en la oscuridad de un salón. Cuando al fin se sale del túnel vegetal, la visión de la casona de La Vega -con su linajudo doble corredor y su jardín francés, cuyas veredas ondulan hasta cinco fuentes (y del cual Roberto Burle-Marx dijo que la mejor intervención que podía hacérsele era contemplarlo)- se siente el peso de la historia... y del horror. Este prodigio de nobleza que es la casa, y sus alrededores naturales de verde subido, verde más claro, violentos verdes esmeraldas por doquier, está acechado por deformes construcciones “modernas” que son una injuria para la vista.

EL OTRO MUNDO.
Se devuelve uno al pasado y comienzan a caminar los fantasmas. María Teresa Picón de Boulton -su paso leve parece acariciar las pequeñas panelas de arcilla de los salones “en los que cabían 100 señores rezando o 50 parejas bailando la pavana”- va señalando los tesoros que aún decoran las estancias tras la división de bienes que se hizo luego de la muerte de Mimí Herrera, en 1992. “Esa es la Virgen de la Guía, la patrona de esta casa”, dice y señala a una imagen pintada en 1781, una virgen elegantemente vestida, rodeada por dos ángeles y con el niño de pie sobre sus manos. Se vuelve y su dedo enjoyado apunta a una silla forrada en carmesí que formó parte del mobiliario del Seminario de Santa Rosa de Lima, donde se firmó el Acta de la Independencia. “Mi abuela Mimí nos tenía prohibido sentarnos allí”, recuerda. Se da la vuelta y camina hasta una mesa policromada cuyas patas se abren con gesto paroxístico. “Es la mesa del cadáver”, expresa, y la referencia retumba en el silencio sepulcral que de pronto se instala en el salón. Ella se ríe, pero no es travesura. Era, realmente, la mesa en la cual se colocaba el féretro arzobispal en la Catedral de Caracas. Hubo un chiste en la redacción antes de concretar este reportaje. Durante dos meses, la señora Boulton imposibilitaba su realización debido “a que no se habían colgado los espejos”. La expresión propiciaba la incredulidad. Pero cuando se ingresa a un salón decorado por ella con vivísimas rosas amarillas, y se topa de frente con espejos tan monumentales que un sesgo de temor por la vida lo impulsa a uno a alejarse de ellos, se entiende con literal exactitud lo que ella informaba. “Es que hacen falta cinco personas para colgar cada uno”, añade. Algo de otro mundo.

LAS EDADES DE LA CASA.
La casa que comenzó por ser un barracón para esclavos en los tiempos aurorales de Garci González de Silva -asesino de Tamanaco, Sorocaima, Yoraco y reductor a la obediencia de Paramaconi- pasó durante casi tres siglos por diversas sucesiones hasta llegar a los Tovar. Martín Tovar Ponte recibió allí a Bolívar en 1827. Este le diría, asaetado por la nostalgia y el dolor: “Martín, sólo dos cosas no han cambiado en Venezuela: La Vega y tú”. Vendida por la mitad de su precio en 1867, un alarife caraqueño la describiría así a finales de aquel siglo de caudillos, montoneras y guerras civiles: “Cercas desplomadas, fallecimiento del maderamen, torreón rendido, alero desbaratándose, un corredor inútil por estar ocupado con un gran monte de ceniza, enladrillado destruido, viguetas podridas, paredes carcomidas, paredes socavadas por los cerdos”.

Hasta que el nieto de un extraño héroe de la batalla de Carabobo, del alemán Juan Uslar-Gliechen -Jorge- la compró en 1899. Allí comenzaría la saga que transformaría a la casona de La Vega en uno de los más asombrosos lugares de la historia venezolana del siglo XX. Jorge Uslar vivía en la Casa San Pablo, aledaña al Teatro Municipal. Había sido residencia de Vicente Emparan y, más tarde, de los hermanos Monagas, quienes la usaron como residencia presidencial. Para esta residencia urbana, Jorge tenía una alternativa campestre: su casa de La Vega, en el centro de una hacienda que iba desde El Paraíso hasta El Junquito, 1.500 hectáreas de caña de azúcar.

El ir y venir de los propietarios entre Caracas y la hacienda terminó abruptamente cuando fue expropiada la Casa San Pablo a la heredera de Jorge Uslar, Carolina. Esta se muda a la casona de La Vega y la convierte en su residencia permanente. Negándose a vender la hacienda para construir allí el Country Club de Caracas en la década de los años 20, Carolina contribuiría sin pensarlo a la marginalización de la zona. Sin que se diera cuenta, sin ceremonia, se detuvieron el alambique, el trapiche, los machetes y las grandes paletas del ingenio. Del otro lado de la actual avenida O’Higgins, la caña de azúcar dio paso al repollo, la lechuga y las zanahorias; y luego a las calles, las aceras, los edificios. Desde 1949, cuando el crepúsculo preanunciaba el fin, su hijo Reinaldo Herrera Uslar y su esposa Mimí Guevara de Herrera Uslar la lanzarían a una época pasmosa.

HOW DO YOU DO YOUR ROYAL HIGHNESS?
“Mi abuela nos crió aquí bajo un régimen de hierro”, recuerda su nieta María Teresa. “Era tan férrea como elegante: nunca toleró un arbolito navideño en la casa, ni un rayo de sol en su piel. A mi me decía: ‘Pobre niña, tus pecas son un estigma. No sé como podrás alguna vez usar traje de baño”.

Mimí hablaba siete idiomas, y aún a los 75 años (murió a los 7 contrató a una profesora para perfeccionar su dicción del ruso. “Recuerdo cuando trajo a Rostropovich -añade-. Yo ya me había casado y vivía aquí, pero no nos habían invitado a la cena con el famoso músico. Le faltaron dos invitados y nos llamó de emergencia. Durante toda la cena -servida sobre manteles de moiré color canela, obis bordados del siglo XVIII, vajilla Vieux París del mismo siglo, platos de fondo de Vermeil y cubiertos de Puiforcat con monogramas al relieve- ninguno de los comensales entendía nada.

Ellos dos hablaron todo el rato en ruso”. Entramos a una biblioteca, hoy desnuda, con sus paredes pintadas de rojo sangre, un sofá de pulidísimo cuero, dos butacones y una mesa redonda de notable nogal... Nada más. Ya no están las lámparas de Baccarat ni el retrato que Dalí le hizo a Reinaldo Herrera Uslar, ni tampoco el lienzo con su hijo Reinaldito, pintado como si Watteau lo hubiese puesto a posar en la campiña francesa. “En esa mesa -relata María Teresa Picón de Boulton- había un libro de fotos. Pero no contenía fotos. Uno pasaba las hojas y allí estaban las invitaciones que reyes y príncipes, condes y vizcondes, grandes artistas y figuras del gran mundo le hacían a Mimí. Luego ella los invitaba a esta casa.

Aquí estuvieron Rubinstein y la princesa Margarita, Dalí y el príncipe Carlos, la reina Juliana y Rostropovich, el rey Juan Carlos y doña Sofía”. Se sumerge en la memoria. Se queda en silencio y sale de la biblioteca. Vuelve a entrar con paso titubeante, como una niña que va a repetir su lección. “Mi abuela Mimí nos hizo repetir durante dos semanas el saludo que debíamos emplear para saludar a la princesa Margarita: ‘How do you do your royal highness?’. Teníamos que inclinar las piernas mientras recitábamos el saludo. Durante dos semanas. Una y otra vez. Hasta la perfección”.

Y el momento definitivo llegó de improviso. La princesa Margarita apareció sin ningún protocolo surgiendo tras un parabán. Los niños se quedaron petrificados, pero repitieron la lección sin ningún error. Quebraron sus rodillas y dijeron, cortésmente: “How do you do your Royal Highness?”. Y se echaron a reír.

OTRA VUELTA DE TUERCA.
Entre 1997 y la actualidad, los actuales propietarios de la casa -liderados por María Teresa Picón de Boulton, Roberto Picón Herrera y Cristina Vollmer de Burelli- han adelantado su laboriosa reconstrucción. Después de la muerte de Mimí, en 1992, los techos se cayeron, el monte creció en los fabulosos jardines, el olvido venció a la constancia y los herederos se desperdigaron por el mundo. Pero ahora la casona de la ex hacienda La Vega -declarada Monumento Nacional en 1970- volverá a la vida. No a la vida familiar sino cultural, corporativa. Isabel Palacios, con su extraordinaria Camerata Barroca, se instalará en el patio de entrada esa noche y desgranará un memorable concierto “de resurrección”. Durante abril y mayo, el Banco Mercantil mostrará allí su colección de arte colonial -enriquecida con las piezas únicas que se guardan en la casona. Y a partir de allí, las compañías podrán alquilar sus espacios para seminarios, conferencias, retiros y sesiones privadas con sus ejecutivos.

¿Una nueva vida sustraída al gran público? Sí y no. No será un museo -como la Quinta Anauco-. Una condición para su reconstrucción es la búsqueda de fondos para su entera remodelación, a cargo del prestigioso arquitecto Ramón Paolini. ¿Y quién los puede suministrar mejor que la empresa privada? De ahí la estrategia de reservarla para eventos privados. Eso sí, cero matrimonios. Nada de bautizos. Adiós cumpleaños. Como lo dice Roberto Picón Herrera: “Los actuales propietarios tratamos de hacer algo distinto en el nuevo siglo, respetando la dignidad de lo que nos precedió”.

Siembra y cosecharás.

PARROQUIA LA VEGA

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